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miércoles, 26 de enero de 2022

Relato para participar en el Concurso #MaestrosInolvidables


   Recuerdo con especial cariño a mi profesora de inglés. Se llamaba Emilia y yo cursaba 3º y 4º de la E.S.O.


    Era una mujer joven, sonriente y muy amable, siempre coqueta y pizpireta. Eso sí, una cosa no quita la otra, era dura como la que más. Durante esos dos cursos, recibimos un baño de inglés, que considero, fue fundamental para muchos de nosotros, en los estudios superiores. Sentó en mí unas bases de comprensión, pronunciación, léxico e innumerables aspectos gramaticales, que iban más allá de ponernos una cinta de casete y varias diapositivas, cómo acostumbraban hasta entonces.

    Las clases con ella eran dinámicas y divertidas, y para esos entonces, considerando que hablo de los años 1996 y 1997 aproximadamente, sus propuestas resultaban muy innovadoras, sobre todo para el entorno rural en el que se desarrollaban.

    Para empezar, cada alumno en su clase, se debía poner un nombre en inglés y durante el curso completo todos te llamaban así. Era divertidísimo, yo elegí Alison Smith. Recuerdo que los primeros días todos nos confundíamos, y era una risa recordar el nombre en inglés de cada uno de tus compañeros, pero con el paso de los días, enseguida le cogíamos la práctica.

    Otra de sus innovaciones, eran las representaciones grupales, normalmente eran actuaciones musicales, de artistas ingleses obviamente. Y como no, mi grupito de amigas elegimos a las “Spices Girls”. ¡Qué risa! Teníamos que grabarnos en vídeo haciendo el video clip elegido y luego, posteriormente, visionábamos todas las cintas, y sí, digo bien cintas VHS, en clase para ver nuestra pronunciación… apoteósico jaja.

    Y no era tarea fácil, tengamos en cuenta, que por aquellos entonces, los jóvenes rara vez disponíamos de móvil y mucho menos, de uno que grabase. Ella nos facilitaba una videocámara del instituto, que debíamos manipular y cuidar como “oro en paño”, ya que era la única que había para todos. Era un gran trabajo de coordinación y responsabilidad, pero a la vez muy divertido.

   Una de las cosas que más la caracterizaban y que nos solía poner de los nervios a más de dos o tres, era su actuación en los exámenes. A parte de introducir metodología tipo test, cuando faltaban muy pocos minutos para terminar, recorría los pasillos entre las mesas, y una vez a tu lado comenzaba a contar hacía atrás en inglés: (ten, nine, eight, seven… así hasta zero), no recuerdo más presión que esa en mis años de secundaria.

    Intentaba inculcarnos algo más que el mero aprendizaje del idioma, nos involucraba en la historia, en el origen de ciertas tradiciones, en la inquietud por conocer más del país extranjero, al que parecía disfrutar en sus viajes. Y al que consiguió, que me diera el gusanillo de visitar en años posteriores, ya en mi edad adulta.

    No obstante, todo en ella era digno de alabanza, su actitud positiva ante cualquier reto o problema que surgía, las ganas de trabajar y enseñar, la manera en que se comunicaba con sus demás compañeros profesores. Creo que no sólo nos marcó por sus dinámicas de clase, sino por su personalidad arrolladora y carismática.

    Su voz era dulce y nos explicaba la lección con paciencia, aunque había veces que le metía el turbo al inglés. Comenzaba su retahíla y teníamos que pararla para hacerla empezar de nuevo, puesto que, a muchos no nos daba la vida para interpretar tanta palabra, ni para pillar cada entonación.

    Por todo ello, considero que fue una persona digna de conocer. Una mujer segura de sí misma, con los pies en el suelo, pero con la capacidad de trasmitir en el aula, una sensación de que todo es posible, y de que el esfuerzo se ve recompensado.

    Para mí, ella fue una de las imprescindibles, una gran mujer a la que llamar “maestra inolvidable”

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