LA JOVEN ANCIANA
Entró de buena mañana
una anciana en un salón,
póngame guapa al instante
que tengo una cita elegante
con un joven cincuentón.
La muchacha muy perpleja
no entendía que la vieja,
a su edad y con sus canas
muriese de tantas ganas
de encontrar una pareja.
Es un galán muy apuesto
y además respetuoso.
Decía la abuela encantada,
mientras la otra peinaba
el cabello estropajoso.
Que alegría que a su edad
y con todo lo pasado,
tenga usted la valentía
de intentar pasar el día
con un joven a su lado.
Pero qué dices chiquilla
yo por dentro tengo treinta
y aunque tú veas ochenta,
mi alma nunca caduca,
es la piel la que aparenta.
Y ataviada con su moño
muy coqueta y arreglada,
sale la vieja en camino
de su azaroso destino…
En el parque la esperaba.
Conversaron largo rato
de la vida y sus azares,
de los años ya vividos,
algún sueño compartido
y de visitar lugares.
Por la tarde la señora,
encontrose con la chica.
Se veía tan ansiosa,
del reloj muy dependiente,
de la hora recelosa.
Qué me dices de lo tuyo
aquí estás echando ascuas
y a la vez muerta de frío,
mientras yo pasaba el día
con ese gran hijo mío.
Fuiste tú quien entendiste
lo que tú sola quisiste.
Pues la causa de mi encuentro
no dije en ningún momento,
que se tratase de un ligue.
Acompáñame querida
a lo largo de la calle,
te explicaré que en la vida
no se juzga de primeras
ni se cree que se sabe.
Tendrás que dejar al tiempo
que corra sin un atajo,
será su mella el reflejo,
en nuestro frágil pellejo
que hace bien su trabajo.
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